Me vino esta palabra del Señor:
Hijo de Adán, dile a Jerusalén:
Eres tierra no limpiada ni llovida
en el día de mi furor.
Sus príncipes dentro de ella
eran león que ruge al desgarrar la presa;
devoraban a la gente,
arrebataban riquezas y objetos preciosos,
multiplicaban dentro de ella el número de viudas.
Sus sacerdotes violaban mi ley
y profanaban mis cosas santas;
no separaban lo sacro de lo profano,
ni declaraban lo que es puro o es impuro.
Ante mis sábados cerraban los ojos
y así fui profanado en medio de ellos.
Sus gobernantes dentro de ella
eran lobos que desgarran la presa
derramando sangre y eliminando
gente para enriquecerse.
Sus profetas eran enjabelgadores,
que les engañaban con visiones falsas y vaticinios,
diciendo: "Así dice el Señor",
cuando el Señor no hablaba.
Los terratenientes cometían
toda clase de atropellos y robos,
explotaban al pobre y al indigente
y trataban injustamente al emigrante.
Busqué entre ellos uno que levantara una cerca,
que por amor a la tierra
aguantara en la brecha frente a mí,
para que yo no la destruyera;
pero no lo encontré.
Entonces derramé mi furor sobre ellos,
los consumí en el fuego de mi furia;
di a cada uno su merecido -oráculo del Señor-.
(Ezequiel 22,23-31)