¡LIBRE! Para Casarse Con Otro





Hay una guerra que ruge dentro de mí y me causa más problemas que cualquier conflicto con el que me haya enfrentado en el exterior. Mi problema número uno no es el diablo y sus demonios, sino yo mismo. Mi propia naturaleza pecaminosa es mi mayor enemigo.

Como hemos visto en los primeros capítulos, tenemos tantos enemigos internos como externos: interiores y exteriores. Nuestros enemigos exteriores son el diablo y sus demonios.

Hemos estudiado los principios por los cuales estos enemigos pueden ser derrotados. El propósito de este artículo, es tratar con nuestros enemigos interiores.

Durante años le he echado la culpa de todo al diablo y a sus demonios. Después, descubrí que la mayoría de mis batallas espirituales eran conmigo mismo. No tenía que buscar lejos para encontrar a mi mayor enemigo. Descubrí que me encontraba con él en el espejo cada mañana. Descubrí que no soy el único que se enfrenta con este problema. Es algo verdadero para todos los cristianos de todos los lugares.

Ahora bien, un problema tan grande y extendido como éste, necesita una solución firme. Dios tiene la respuesta. Nos conoce mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos y ha previsto un remedio en Cristo Jesús. Al aceptar este remedio nos provee una victoria segura y cierta.

A. NUESTRAS DOS NATURALEZAS

Existe un desorden mental que se llama “esquizofrenia”. El término significa una mente doble. Se refiere a un problema mental en el que una persona puede desplegar síntomas de “doble personalidad”.

Pensarán y actuarán como dos personas diferentes. En un determinado momento, pueden hablar y responder de una manera normal, pero en otro momento su comportamiento será lo contrario.

Hay una especie de “esquizofrenia espiritual” para el cristiano. Sufrimos de lo que a veces parece ser una personalidad doble en nuestro interior.

En ocasiones desplegamos en nuestras vidas las amorosas cualidades de la vida de Cristo. Estamos alegres, pacíficos, agradables y llenos de gracia. En otras ocasiones, para nuestro desaliento, podemos hablar con brusquedad, tener mal genio y resultar personas con las que es difícil vivir. No queremos que sea así, pero lo es.

Aunque intentamos ser dulces, considerados y maravillosos, acabamos por ser amargos, desagradables y antipáticos. Lo sabemos y lo saben también los demás. Parece que somos empujados en dos direcciones diferentes a la vez. Nos sentimos como si fuera una guerra enorme que está siendo combatida dentro y que nosotros estamos a menudo en el lado perdedor.

“¿Qué está sucediendo?” Nos preguntamos a nosotros mismos. “¿Tengo una personalidad doble?” La respuesta es sencilla: “Sí, la tiene”.

Cuando usted recibió a Cristo en su vida, recibió una nueva naturaleza: Su naturaleza.

El Espíritu Santo vino a su vida como el Espíritu de Cristo. Construyó Su hogar en su corazón. La Biblia se refiere a esta nueva naturaleza como el “nuevo hombre”.

Su vieja naturaleza apartada de Cristo es llamada el “viejo hombre”. A veces, nuestra vieja naturaleza es llamada la carne, el hombre carnal (carnal = carne), la vieja naturaleza adámica o simplemente el yo. Es la misma naturaleza que el primer hombre, Adán, tenía después de haber pecado y de haber sido separado del árbol de la vida. (Vea Génesis 3.)
Todos los términos anteriores se refieren a una forma de vida inmadura y no espiritual. Si fracasamos en vivir nuestra vida en el poder y la motivación disponibles para nosotros por el Espíritu Santo de Dios (Ro 5-8), expresaremos “la naturaleza adámica” en los términos explicados posteriormente.

Podemos hacer, de la manera simple, una tabla con estos términos:




LA VIEJA NATURALEZA ADÁMICA

El Hombre Viejo                                               
La Vida Del Viejo Yo                                                        
La Carne (Carnal)                                                            
La Naturaleza Pecaminosa                                           
El Hombre Anímico                                                         
La Mente Carnal
El Sentido Y La Razón, Apartados Del Espíritu De Dios                                        

LA NUEVA NATURALEZA EN CRISTO

El Hombre Nuevo
La Vida Nueva En Cristo
El Espíritu (Espiritual)
La Naturaleza Justa
El Hombre Espiritual
La Mente Espiritual
El Sentido Y La Razón, Bajo El Control Del Espíritu




1. El Conflicto
Así que, el hombre viejo (nuestra carne) y el hombre nuevo (el espíritu) son opuestos en naturaleza. Viven en la misma casa, pero tienen deseos diferentes. El hombre viejo está centralizado en sí mismo, mientras que el hombre nuevo lo está en Cristo. Estas dos naturalezas entran en conflicto y están en guerra la una con la otra. Esta es la causa de nuestro problema.

Dios previó el conflicto que surgiría dentro de nuestras vidas después de aceptar a Su Hijo como nuestro Señor y Salvador. Por lo tanto, tiene un poderoso remedio para nuestro problema. Su respuesta se centraliza en la vida y la muerte de Su hijo. Involucra una verdad que, cuando se comprende y se actúa en relación con ella, nos dará la victoria sobre nuestro enemigo interior.

2. La Victoria
El Apóstol Pablo intenta explicar la base para vivir una vida victoriosa. Compárela con la relación de un matrimonio. Aquí está la idea en sus propias palabras:

“Hermanos, todos vosotros comprendéis la ley de Moisés. Así que, seguramente sabéis que la ley rige sobre una persona solamente mientras ésta viva. Por ejemplo, una mujer tiene que estar con su esposo mientras éste vive. Pero si su esposo muere, entonces es libre de la ley del matrimonio.

Pero si se casa con otro hombre mientras su esposo todavía está vivo la ley dice que es culpable de adulterio. Pero si su esposo muere, entonces la mujer es libre de los vínculos del matrimonio. Si se casa con otro hombre después de que muera su esposo, no es culpable de adulterio.

De la misma manera, hermanos míos, nuestros seres antiguos [esposos] murieron con Cristo en la cruz, de manera que ya no estáis gobernados por la ley.

Así que, ahora podéis casaros con Otro que es Cristo, que fue levantado de los muertos. En Él tenéis nueva vida y podéis dar fruto para Dios” (Ro 7:1-4).

a. Nuestro Primer Esposo. En el ejemplo anterior de Pablo, los no redimidos (los no salvados) son como una esposa casada con un marido cruel.

Este marido cruel, son las leyes dadas a Moisés que condenan. Si se quebrantaba la ley de Moisés (bajo las reglas del Antiguo Testamento) uno podía ser apedreado: ejecutado. La ley nos condenaba por el pecado, pero no nos daba poder para vivir una vida santa.

Cuando la ley dijo “...no codiciarás”, el Apóstol Pablo dijo que esta ley le hizo codiciar más. El mandamiento no le libró de codiciar, sino que le hizo ser más codicioso.

¿Ha visto alguna vez un rótulo que dice: “RECIEN PINTADO, NO TOCAR”? ¿Qué hace la mayoría de la gente que ve un rótulo así? Tiene usted razón. Se acercan y la tocan para ver si está recién pintada. El mandamiento: “No tocarás”, produce el comportamiento opuesto a lo que pide aquel que ordena.



Esa es la manera en que se comporta nuestra vieja naturaleza. Siempre quiere hacer lo que se nos ordena que no hagamos. La ley solamente refuerza y amplía esa tendencia.

Por eso, nuestro matrimonio con la ley (mandamiento), que amplió nuestra naturaleza pecaminosa, debe ser tratado si deseamos ser cristianos victoriosos. De otra manera estaremos violando los mandamientos de Dios (lo que como cristianos no deseamos hacer).

b. Nuestro Nuevo Esposo. Pablo explica (en los versículos anteriores) la manera en que la esposa puede verse libre del matrimonio con (la ley de) este esposo cruel. Será libre si el esposo muere. Solamente entonces la esposa será libre de tal matrimonio.

Entonces, nuestro primer esposo, es un cuadro (tipo o metáfora) de nuestro “viejo hombre” o naturaleza pecaminosa, que es estimulada y motivada a pecar por la ley (los mandamientos de Dios a través de Moisés). ¿Cómo vamos a liberarnos de este esposo (la ley y la motivación de nuestro viejo hombre)?

Pablo explica la respuesta en el capítulo sexto de Romanos. Nuestro “viejo hombre” (esposo) fue crucificado con Cristo. Nuestro viejo hombre fue clavado a la cruz con Cristo y murió con Él. Por lo tanto, estamos libres de este esposo (nuestra vieja naturaleza pecaminosa y la ley) para casarnos con otro (Cristo).

1) Crucificados Con Cristo. Quiero contarles una historia para ayudarles a entender mejor cómo fuimos crucificados con Cristo.

Un amigo mío le estaba pidiendo a Jesús (en oración) que le mostrara cómo fue crucificado con Cristo. En respuesta a esta oración, el Señor le dio una visión.

En la visión, mi amigo vio a Jesús muriendo en la cruz. Después, la visión cambió y fue como si el cuerpo de Jesús en la cruz se hiciera transparente o claro como el cristal.

Dentro de Jesús, mi amigo se vio a sí mismo. Jesús le habló y le dijo: “Estabas dentro de mí cuando yo fui crucificado, de manera que fuiste crucificado conmigo”. Entonces, mi amigo comprendió. Sí, Yo estaba crucificado con Cristo.

Es decir, el Dios Padre me escogió “en Cristo” antes de la fundación del mundo (Ef 1:4). El Padre miró hacia la noche del domingo doce de octubre de 1947 y vio que Ralph Mahoney se arrepentiría aquella noche y recibiría a Jesús como su Señor y Salvador.

Al ver esto por Su presciencia, el Padre dijo: “Ralph no puede vivir en victoria a menos que yo crucifique (mate) esa vieja naturaleza pecaminosa con la que nacerá”.

Volviéndose a Jesús (la segunda persona en la divinidad) el Padre dijo:

“Jesús, cuando vayas al mundo a morir en la cruz, voy a colocar a Ralph Mahoney EN ti, porque va a creer en ti”.

Jesús apesadumbradamente estuvo de acuerdo con esto.

Estaba apesadumbrado porque para hacer esto, Él, que nunca había conocido el pecado, la desobediencia y la rebelión, tendría que ser hecho como Ralph y tomar la pecaminosa naturaleza de Ralph dentro de sí mismo. Aun cuando esto le causó a Jesús un indescriptible dolor y agonía, me amó tanto que deseó hacerlo.

No solamente pagó el precio por la pena de mi pecado al morir, sino que también me liberó del hábito del pecado, de la fuerza y del control que éste tenía en mi vida al dejarme morir EN ÉL.

2) Libre Para Casarse Con Cristo. De esa manera, mi vieja naturaleza pecaminosa y su tendencia a desear desobedecer la ley de Dios murió en la cruz. A causa de que mi “hombre viejo” (esposo) murió, esto me dejó libre para casarme con Cristo, para colocarme bajo su autoridad y control.
Con esa relación, Cristo me dará el poder del Espíritu Santo, de manera que no solamente DESEE obedecer las leyes de Dios, sino que las OBEDEZCA. El Espíritu Santo me dará el poder de obedecer.

Nosotros que hemos creído en Jesús, ya no estamos casados con el “hombre viejo” o con la naturaleza adámica (la naturaleza que recibimos de nuestro pecaminoso antepasado Adán), sino con Jesucristo. Él se ha convertido en nuestro nuevo esposo y somos su esposa. Participamos en su vida y naturaleza. Es nuestro Señor, ya no estamos bajo el control de nuestro “hombre viejo”.

B. UNA HISTORIA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

1. Tres Personajes Principales
Hay una historia en el Antiguo Testamento que ilustra la enseñanza del Apóstol Pablo en Romanos capítulo siete. Se encuentra en el capítulo veinticinco del primer libro de Samuel. La historia envuelve a tres personajes principales:

a. Abigail: una encantadora mujer casada.

b. Nabal: el rico pero mal esposo (el hombre viejo) de Abigail.

c. David: un hombre ungido escogido por Dios para ser el siguiente rey de Israel.

2. Detalles Sobre Los Personajes
a. Abigail. Las Escrituras describen a Abigail como una señora sabia y hermosa, con un corazón generoso y humilde. Se produjo una encantadora unción profética en su vida. Verdaderamente era una mujer noble y llena de la gracia de Dios.

Desgraciadamente, estaba casada con un hombre que era una mancha sobre su gracia, su belleza y su carácter.

b. Nabal. El esposo de Abigail, Nabal, era desagradable, rudo, desconsiderado y testarudo; a menudo, se intoxicaba al beber demasiado vino.

Ciertamente un retrato triste. Además, Abigail estaba ligada a su esposo por las leyes del matrimonio hasta que quedara separada por la muerte. Solamente entonces se vería libre para casarse con otro.

c. David. A diferencia de Nabal, David era un hombre según el propio corazón de Dios. Había sido ungido por Samuel para ser el siguiente rey de Israel. Había un lado tierno y sensible en la vida de David, el cual, es revelado con toda su belleza en los salmos.

A la vez que era un hombre de fe, valor y poder, un día se convertiría en el poderoso guerrero rey de Israel. El matrimonio de David sería ciertamente un matrimonio real.

3. El Significado De Los Personajes de Nuestra Historia
Aproximémonos a nuestra historia desde un punto de vista nuevo e interesante. Existe la sensación de que los personajes envueltos en ella hablan de nuestras dos naturalezas y nuestra relación con Cristo. La lista es como sigue:

a. Abigail se casó con Nabal: un tipo de nuestra condición bajo la ley, casada con la vieja naturaleza.

b. Nabal: un tipo de nuestra vieja naturaleza pecaminosa con la que estamos casados por órdenes paternas.

c. David: un tipo de Cristo, el ungido, con el que queremos estar casados, quien nos dará una nueva naturaleza y una motivación para expresar la justicia.

Con esta aplicación espiritual en mente, revisemos el trasfondo de la historia que vamos a estudiar.



4. La historia, 1 Samuel 25
En la escena de apertura, David está huyendo para salvar su vida de Saúl, quien es el presente rey de Israel. Saúl ha perdido el favor con Dios. Está celoso de David y busca quitarle la vida.

David y sus hombres, huyeron a un lugar desértico para escapar de las amenazas mortales de Saúl. Aquí se cruzaron con algunos de los pastores de Nabal. David protegió a los pastores de Nabal y su rebaño de los ladrones que merodeaban y las partidas de saqueo nómadas que frecuentaban el área. David y sus hombres, a menudo arriesgaron sus vidas para proteger la propiedad de Nabal.

a. La Respuesta Grosera Y Desagradable De Nabal. Eventualmente llegó la primavera, época de esquilar las ovejas. Fue una ocasión feliz, de fiesta y celebración. David envió a diez de sus hombres jóvenes a Nabal con la petición de que fueran invitados para compartir el festival del esquilado de ovejas.

En lugar de mostrar gratitud a David y a sus hombres por la protección que habían provisto, Nabal groseramente se negó a la petición. David y sus hombres fueron insultados.

Coléricamente, David tomó a cuatrocientos de sus hombres con sus espadas y marchó hacia Nabal con la intención de matarle y llevarse las ovejas que ellos habían librado de los ladrones. De esta manera tomarían venganza.

b. Abigail Intercepta a David. Uno de los hombres jóvenes de Nabal encontró a Abigail y le contó acerca de la acción grosera y absurda de su esposo. Dándose cuenta de que David destruiría sus posesiones, se levantó inmediatamente y (sin decir nada a Nabal) partió a toda velocidad a interceptar a David y sus hombres.

Fue con muchos regalos de pan, vino, carne, grano, pasa e higos como ofrenda de paz. Intentaba dar a David mucho más de lo que él había pedido.

Nuestra historia continúa cuando Abigail y sus hombres se encuentran con David y su ejército al pie del camino de la montaña.

Abigail rápidamente desmontó de su asno, cayó sobre su rostro y se inclinó delante de David. Aceptó toda la culpa por el asunto y le pidió que pasara por alto las acciones de su esposo perverso y necio.

Sugirió gentilmente que sus acciones fueran dirigidas por el Señor, para evitar que David se vengara por la vía del asesinato. Eso no complacería a Dios y sería una mancha en la reputación de David.

Entonces, pronunció una hermosa palabra profética: “El Señor seguramente te recompensará con una casa real para que vivas para siempre. Dios hará esto porque estás combatiendo sus batallas. El mal nunca se encontrará en ti a través de todos tus días.

Incluso cuando seas perseguido por aquellos que buscan tu vida, estarás a salvo al cuidado del Señor tu Dios. Las vidas de tus enemigos serán esparcidas como una piedra que se lanza con una honda.

El Señor cumplirá todas sus buenas promesas y te hará rey sobre todo Israel… Cuando suceda todo esto, por favor acuérdate de mí” (1 S 25:28-31).

Verdaderamente, Abigail era una mujer encantadora y llena de gracia; tenía gran sabiduría y percepción profética. Ella, dentro de la casa de su esposo, vio la unción especial que descansaba sobre David.

En su corazón había un ansia profunda por el día en que David ascendería al trono real. Era una persona dulce y sensitiva, en cuyo corazón había una esperanza bondadosa de un día mejor. Hay un tierno toque de lástima en las casi suplicantes palabras: “Por favor acuérdate de mí”.

c. Muerte De Nabal. Cuando volvió a casa, encontró que su esposo se había olvidado de todo lo referente a David. Incluso su ausencia le había preocupado poco. Había tenido una gran fiesta y estaba totalmente borracho. Nabal, es un triste cuadro de nuestra vieja naturaleza pecaminosa. No había en su persona conciencia alguna de las cosas espirituales o del propósito divino.
La Escritura dice que Nabal tenía una fiesta en su casa como si fuera la de un rey. Estaba desempeñando el papel de gobernante y divirtiéndose. El rey real (David) hubiera querido ser parte de la celebración, pero no era bienvenido. Nabal había expulsado voluntariamente a David de su vida, y solamente se preocupaba de sus propios deseos y placeres.

Abigail esperó sabiamente hasta la mañana antes de hablar con Nabal. Para entonces, ya estaría sobrio y le contaría a su inicuo esposo lo cerca que había estado de ser completamente destruido y asesinado por David y su ejército. La Escritura dice que cuando oyó sus palabras: “Su corazón le falló y se quedó como una piedra”.

Nabal tenía un mal corazón y una mente carnal. Esto era característico de su naturaleza interior. El nombre “Nabal” significa estúpido y vil. Como su mismo nombre, Nabal era un insensato de corazón y no pensó en los caminos de Dios.

Sorprendido por la verdad escueta del informe de Abigail, tanto su corazón como su mente le fallaron y se quedó sin movimiento como si fuera una piedra: paralizado. (Aparentemente sufrió tanto una parálisis como un ataque cardíaco).

Diez días más tarde, “el Señor golpeó a Nabal y éste murió” (versículo 38). Toda su vida se centralizaba en él. No podía cambiar nunca. Lo que pudo haber sido, nunca lo fue. Vivió sin Dios y sin Su Espíritu.

Era una descripción clara pero trágica de nuestra propia vida personal. Solamente había una solución para el problema del “hombre viejo” de Abigail: LA MUERTE.

Y esa, amigo mío, es la única solución para nuestra vieja naturaleza pecaminosa. Tiene que ser crucificada. Tiene que morir.

d. Libres Para Casarnos Con Otro. Nuestra historia toma ahora una posición más brillante y positiva. Hasta la muerte de su esposo, Abigail había estado ligada a él por las leyes del matrimonio. Ahora que había muerto, era libre para casarse con otro. No tenemos que ir muy lejos en el registro para descubrir quién era aquel “otro”.

“Cuando David escuchó que Nabal había muerto, dijo: ‘Gloria a Dios. Ha devuelto a Nabal el mal que me hizo… Después David envió un recado a Abigail pidiéndole que fuera su esposa… Ella respondió inmediatamente a los mensajeros de David con humildad y gracia: aquí está tu sierva, dispuesta a servirte y a lavar los pies de los siervos de mi señor.

Se levantó inmediatamente, montó en su asno, y con cinco de sus criadas siguió a los mensajeros de David – y se convirtió en su esposa” (1 S 25:39-42, Versión Simplificada).

C. SOLAMENTE UNA RESPUESTA

¿Puede usted comprender cómo la historia de Abigail describe nuestro dilema como cristianos?

Bendecida con una unción amorosa, Dios la estaba usando, pero ella llevaba una carga enorme. Estaba casada con un hombre impuro, desagradable, maloliente y borracho, uno que no era digno de ella ni de ninguna otra.

1. Nuestra Vieja Naturaleza Debe Morir
Como Abigail, queremos estar bajo un marido como David. Pero tenemos un problema, estamos casados con Nabal, nuestra naturaleza pecaminosa, la carnal (vieja) y adámica: la carne. Además, por las leyes del matrimonio estamos ligados a tal naturaleza mientras viva.

Sin embargo, existe la esperanza porque hay un David en nuestra historia. Como señalamos antes, es un tipo de Cristo. Nuestro verdadero deseo es estar casados con él: ser la “esposa de Cristo” (Ap 19:7-9).

Queremos que nuestra personalidad de Abigail venga al frente y sea amada y motivada a realizar el propósito divino casándose con otro: David (tipo de Cristo).
Queremos ser dulces y llenos de gracia, pero Nabal, nuestra vieja naturaleza pecaminosa, siempre se muestra y lo hace difícil. Es evidente que existe mucho de la naturaleza “carnal” en nuestro matrimonio con nuestra vieja naturaleza.

A veces luchamos contra el diablo y deseamos echarle la culpa por nuestras acciones carnales. Pero él no es nuestro problema; lo somos nosotros. Es nuestra vieja naturaleza pecaminosa que recibimos de nuestro antepasado: Adán.

No importa cuán arduamente intentemos vivir una vida que complazca a Dios, tarde o temprano le fallaremos en algo. Entre más lo tratemos, mayor será nuestro fracaso. No podemos liberarnos de nuestra “naturaleza de Nabal”, ni podemos cambiarla. Nabal no puede ser reformado y no lo será. Solamente hay una respuesta a nuestro problema con Nabal: la muerte. Dios tiene que matar a Nabal. Nabal tiene que morir.

2. No Podemos Crucificar Nuestra Carne Por Nosotros Mismos
Algunos cristianos tratan de librarse de Nabal por sí mismos. Van por ahí intentando crucificar su propia carne. Sin embargo, esto es un trabajo imposible. No hay suficientes “manos disponibles” para realizar ese trabajo.

Cuando uno intenta justificarse a sí mismo, encuentra que puede clavar sus pies a la cruz. Incluso puede clavar una mano a la cruz. Pero ¿cómo puede usted clavar la otra mano? Parcialmente crucificado con dos pies y una mano ya clavada a la cruz, ya no se puede. No se tiene otra mano libre con la cual atravesar la última mano con el clavo. Uno no se puede crucificar a sí mismo. Tiene que ser hecho por otro (Dios).

La auto crucifixión es un esfuerzo doloroso y siempre termina por hacerse a medias. Nuestra pecaminosa naturaleza de Nabal, pronto se recobra de las heridas que nos hemos infringido a nosotros mismos y quedamos peor que antes. Lo sé... Lo he intentado muchas veces en mi vida como joven cristiano.

Incluso traté de matar de hambre al viejo Nabal ayunando. Me sentía seguro si ayunaba lo requerido y lo suficientemente a menudo, para vencer los deseos de la carne.

Pronto descubrí que en lugar de librarme de mi vieja naturaleza de Nabal, ejercía su influencia sobre mi vida todavía más. Se hacía más hábil y astuta cada día. Todos y cada uno de los días, yo ayunaba y se me hacía más difícil vivir con él. Estoy seguro de que ustedes saben de lo que estoy hablando.

Mi siguiente enfoque del problema, fue intentar destruir al viejo Nabal golpeándole en la cabeza con las dos tablas de piedra de la ley. Memoricé los diez mandamientos y traté de vivir una vida de “esto no hay que hacerlo”. No harás esto; no harás aquello.

Sin embargo, cuanto más decía: “No lo harás”, el viejo Nabal replicaba: “Yo sí que voy a hacerlo”. Sus “yo sí que voy a hacerlo” eran más fuertes que mis “no lo harás”. La ley no me ayudó.

La ley no podía destruir nuestra vieja naturaleza pecaminosa. Todo lo que puede hacer es exponer nuestro pecado, ampliar nuestros deseos carnales y condenarlos. La ley no puede librarnos del pecado. Si vamos a ser libres, Dios mismo tendrá que hacerlo. ¡Y, gloria a Dios Él lo hace!

3. Dios Provee El Camino
Solamente Dios podía en realidad matar a Nabal. Y lo hizo. Lo mismo es cierto referente a la vieja naturaleza de Nabal en nuestras vidas: Y lo ha hecho.

La muerte de nuestra antigua naturaleza pecaminosa y adámica es a la vez drástica y dramática. Está incluida en el plan de gracia de Dios para la redención a través de Cristo Jesús para usted y para mí.

Fuimos crucificados con Él en Su cruz, para que nuestro viejo hombre (llamado el cuerpo de pecado en Romanos 6) pueda ser destruido. Esto nos liberó para estar casados con otro: con Cristo.

Cuando Adán pecó en el jardín del Edén, toda su naturaleza se hizo pecaminosa. La enfermedad del hombre pasó a todas las generaciones futuras de la humanidad. Todos hemos recibido la misma naturaleza pecaminosa de nuestro padre, Adán.

No somos pecadores solamente porque pequemos; pecamos porque hemos nacido como pecadores. Antes de que creyéramos en Jesús, éramos parte de la familia del diablo. Habíamos nacido en este mundo fuera de la familia de Dios.

La única manera de entrar en la familia de Dios, es a través de un nuevo nacimiento. Cuando recibimos a Jesús como nuestro Señor y Salvador nacemos de nuevo, en la familia de Dios. A través de la enseñanza que estamos recibiendo en este capítulo, viene la fe para que nos apropiemos (recibamos el beneficio) de nuestra libertad de la ley y de su fuerza motivadora para el pecado (que tiene como resultado la muerte).

Al aceptar los hechos que la Biblia nos relata: que fuimos crucificados con Cristo y que nuestro antiguo esposo (la naturaleza pecaminosa) está muerto, estamos libres para casarnos con Cristo.

Su naturaleza justa y obediente puede expresarse ahora en nosotros si le presentamos nuestras emociones y miembros corporales.

La Biblia explica esta verdad en las siguientes palabras: “El pecado entró en el mundo a través de un hombre, [Adán] y la muerte a través del pecado. De esa manera la muerte pasó a todos los hombres. Por cuanto todos estábamos en Adán, trajo los resultados de su pecado sobre nosotros. Y todos hemos pecado” (Ro 5:12).

a. Nacidos En Pecado. Permítame hacerle una pregunta ¿Dónde estaba usted cuando su antepasado Adán pecó? La Biblia enseña que usted estaba en ADÁN, es decir, estaba en sus lomos (el lugar donde las células de esperma masculina son guardadas para producir la descendencia). Puesto que todos somos la descendencia (hijos, descendientes) de Adán, todos estuvimos en ADÁN.

Esto significa que cuando Adán pecó, yo fui hecho un pecador con él, porque estaba con ADÁN. Su pecado, convirtió a toda la raza humana en pecadores porque toda la raza estaba en ADÁN cuando pecó.

Nuestro destino se ve ligado a la obediencia y desobediencia de Adán. Cuando Adán pecó, usted y yo nos convertimos en pecadores. Cuando la sentencia de muerte (la pena por el pecado) cayó sobre Adán, usted y yo (en él) fuimos sentenciados a muerte.

De manera que yo nací en pecado bajo la sentencia de muerte. A causa de esto, necesitaba que alguien me salvara y me liberara del matrimonio con la naturaleza de Adán: la naturaleza pecaminosa.

Leamos ahora algunos versículos de la Biblia y alegrémonos de lo que Dios ha hecho para salvarnos de nuestra infeliz condición y destino ligados a la muerte y al infierno.

“Pero Dios mostró su gran amor por nosotros mientras todavía éramos pecadores, al enviarnos a Cristo a morir por nosotros…

El pecado de Adán trajo el castigo [muerte] a todos. Pero la acción de justicia de Cristo [llevar nuestro castigo en la cruz] hizo justos a los hombres delante de Dios, de manera que pudieran vivir…

Todos los que reciben [a Jesús] recibirán el derecho de convertirse en los hijos y las hijas de Dios… Verdaderamente, todos aquellos que creen en el Hijo tienen vida eterna… Se convierten en nuevas criaturas en Cristo Jesús – con una nueva naturaleza en su interior. Ya no son los mismos; todo es algo renovado y nuevo” (Ro 5:8,18; Jn 1:12; 2 P 1:4; 2 Co 5:17).

b. Enclavada A La Cruz. Sí, cuando recibimos a Jesús en nuestros corazones como nuestro Señor y Salvador, recibimos Su vida y Su naturaleza. Tenemos una nueva naturaleza, por supuesto, pero ¿qué sucede con nuestra vieja naturaleza pecaminosa? ¿Pueden David y Nabal vivir pacíficamente en la misma casa? ¿Podemos casarnos verdaderamente con Cristo, mientras Nabal está todavía vivo?

Aquí es donde la cruz de Cristo hace algo por nosotros que muchos cristianos no comprenden. Es una verdad poderosa que podemos obligar al viejo Nabal a descansar para siempre. Es digno de nuestra más cuidadosa atención. Pablo lo explica claramente de esta manera:

“No sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados también en su muerte?… Vuestra vieja naturaleza que amaba el pecado murió con Él en la cruz. Su poder fue quebrantado… Cuando Dios el Padre le levantó de los muertos en glorioso poder, fuisteis levantados también a una nueva vida…

Porque sois uno con Él, cuando Él murió vosotros moristeis – cuando Él se levantó, vosotros os levantasteis… Ahora sabéis, por lo tanto, que vuestra vieja naturaleza pecaminosa fue enclavada a la cruz con Él y murió. Vuestro cuerpo que era amante del pecado, ya no está bajo el poder y control de vuestra vieja naturaleza pecaminosa – sois libres” (Ro 6:3-7).

c. Nuestra Unión Con Cristo ¡Qué verdad más asombrosa! Dios lo ha hecho todo. Por Su omnisciencia (capacidad para saberlo todo) miró a través de los siglos pasados y futuros y descubrió a todos los que creerían en Él. Los reunió y los colocó en CRISTO cuando moría en la cruz.  Allí, en CRISTO, fuimos crucificados con Él. ¡Gloria a Dios!

Nos hemos desgastado intentando crucificar nuestro “viejo hombre”, cuando ya está muerto. Porque al igual que estábamos en Adán cuando él murió por su pecado, estábamos en Cristo Jesús cuando Él murió por nuestro pecado.

Con Él nos levantamos de la muerte y del infierno hacia una nueva vida con una nueva naturaleza: Su vida y Su naturaleza. Esto es lo que significa la unión en Cristo: moramos en Él y Él en nosotros. Lo que Él es, lo somos nosotros.

Nuestra unión con Cristo es una obra de gracia del Espíritu Santo. Como el Espíritu de Cristo, Él es miembro de la divinidad que hace que Su vida y Su naturaleza se formen en nosotros. El Espíritu Santo proporciona un nuevo corazón y una nueva relación.

“El que está unido con el Señor, es un Espíritu con Él” (1 Co 6:17).

“Os daré un nuevo corazón y pondré un nuevo espíritu en vosotros. Retiraré vuestro corazón de piedra [duro y rebelde] y os daré un corazón de carne [suave y obediente]. Y pondré mi Espíritu en vosotros y os haré que sigáis mis leyes y guardéis mis pensamientos… Seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios” (Ez 36:26-28, Versión Simplificada).

4. La Victoria Es Nuestra
Estamos muertos a nuestra antigua naturaleza pecaminosa, la cual, no tiene poder sobre nuestra vida. La única vez que nuestra vieja naturaleza puede levantarse de su “ataúd de muerte”, es cuando caminamos en la falta de creencia, la incredulidad o la desobediencia. Cuando obedecemos la palabra de Dios y somos motivados por el Espíritu de Dios, estamos expresando nuestra nueva naturaleza.

El diablo no quiere que creamos esta verdad, pues sabe que ésta tiene el poder de liberarnos. Si no estamos conscientes de la obra que Dios ha consumado para nosotros a través de la obra de Cristo en la cruz, estaremos caminando en incredulidad.

Los deseos de la carne parecerán reales y nos sentiremos carentes de poder para resistir. El “fantasma” del viejo Nabal, rápidamente ejercerá su influencia y apetitos en nuestra vida.

Lo mismo es verdad, si dudamos de la Palabra de Dios en la Biblia o desobedecemos lo que nos dice. Al hacerlo, disgustamos al Espíritu Santo que mora en nuestro interior. Esto, debilitará Su obra dentro de nuestras vidas y Su testimonio a través de nuestras vidas. En ocasiones así, la vieja naturaleza de pecado puede aparentar ser muy fuerte.

La respuesta, como hemos visto, no es intentar crucificar a la carne a través del esfuerzo personal. La carne ya está muerta, cuando reconocemos que es así. (Reconocer significa contarlo como un hecho, verlo y confesarlo como que ya está realizado.)
Por lo tanto, deberíamos confesar rápidamente nuestro pecado siempre que el Espíritu Santo nos convenza de él. Después, deberíamos levantarnos en fe, creer y obedecer la Palabra de Dios. Su espíritu nos da el poder para hacerlo.

a. Conocer Y Creer. Pablo dice que tenemos que CONOCER que nuestro viejo hombre está crucificado con Cristo (Ro 6:6). Hemos sido crucificados y levantados con Cristo. Si no lo sabemos o no tenemos seguridad en esta verdad, encontraremos que la carne actúa como si estuviera muy viva. Nos someteremos a nuestra vieja naturaleza aun cuando ya no esté viva.

Pablo nos dice repetidamente que no tenemos que someternos a nuestra vieja naturaleza pecaminosa nunca más. Podemos aceptar y creer diariamente la verdad de lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz y vivir victoriosamente en el poder del Espíritu Santo.

b. Vivir Bajo El Poder Del Espíritu Santo. “Si por el poder del Espíritu Santo matáis las malas obras del cuerpo – la vieja naturaleza de pecado – viviréis” (Ro 8:13). Necesitamos el Espíritu Santo, tanto para vivir como para morir. (Para morir a nuestros deseos egoístas y para vivir para Cristo).

Por consiguiente, el ministerio del Espíritu Santo es doble:

1) Honrará la obra de la cruz, referente a la muerte de nuestra vieja naturaleza.

2) Nos guiará a una vida de victoria a través de nuestra nueva naturaleza.


c. Creer Y Confesar. El Espíritu Santo aplicará la verdad de nuestra crucifixión sobre la cruz con Cristo haciéndola tan real que la confesemos con nuestra boca. Diremos que es así. Esto, es lo que Pablo quiso decir cuando dijo:

Reconoced y consideraos que estáis verdaderamente muertos al pecado, pero vivos para Dios a través de Jesucristo nuestro Señor. No dejéis que el pecado gobierne ya en vuestros cuerpos. No cedáis a vuestros deseos pecaminosos” (Ro 6:11, 12, Versión Simplificada).

La palabra “reconocer” quiere decir simplemente creer y confesar que algo es así. En otras palabras, tenemos que reconocer y confesar (decirlo en voz alta) que nuestra vieja naturaleza ha muerto para nosotros. Tenemos también que reconocer y decir que estamos muertos a nuestra vieja naturaleza de pecado.

Esto es así porque la Palabra de Dios dice que morimos en Cristo en la cruz. Está concluido y somos libres. “Estoy crucificado con Cristo” (Ga 2:20, versión del Rey Jacobo).

No solamente estamos muertos para el pecado, sino también vivos para Dios. Tenemos un recurso fresco y nuevo en nuestro interior. Podemos escoger estar casados con Cristo, quien nos da Su nueva naturaleza. Al hacerlo así, podemos ser guiados (conducidos, motivados) por Dios, el Espíritu Santo.

Cuando vemos quiénes somos y dónde estamos en Cristo, es una victoria real. Significa que hemos ganado nuestra lucha con la carne. La guerra se ha terminado; la victoria es nuestra. Con las palabras de Cristo desde la cruz podemos decir valientemente: “¡Consumado es!”

D. CASADOS CON OTRO

Nabal había muerto. Ya no es nuestro dueño; el vínculo matrimonial se ha roto. Tenemos a nuestro nuevo esposo de la naturaleza de David: Cristo, y somos libres. ¿Para qué? Escuchemos estas palabras de la pluma de Pablo:

“Vuestra vieja naturaleza de pecado murió con el cuerpo de Cristo en la cruz y sois libres de la ley. Esto sucedió para que pudierais casaros con otro: estoy hablando de Cristo que fue resucitado de entre los muertos – para que podamos producir fruto para Dios” (Ro 7:4).

Casados con Otro. ¿De quién está hablando Pablo? De Jesús. Usted ha sido liberado de Nabal para que pueda casarse con el Señor. Usted es una verdadera Abigail espiritual: la esposa de Cristo.
1. Vivir Para Agradar a Cristo
Las Escrituras tienen mucho que decir acerca de la relación matrimonial porque es un cuadro de nuestra relación con Cristo.

No hemos sido liberados para vivir por nuestra cuenta como nosotros deseemos. Hemos sido liberados para vivir con otro y responder a su gran amor por nosotros.

A causa de este amor, podemos confiar en Él completamente y buscar complacerle de todas las maneras. Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. El Apóstol Juan añade: “…Y éste no es un deber oneroso ni difícil” (Jn 14:15; 1 Jn 5:3).

El buscar complacer al Señor en todas las cosas, significa que le obedeceremos felizmente.

Porque Él es la cabeza y el esposo de su Iglesia, y nosotros, que somos la esposa de Cristo, vamos a querer someternos a su cobertura y autoridad. Pablo se ocupa de esta relación en su carta a los Efesios:

“Esposas someteos a la dirección de vuestros esposos, de la misma manera que os sometéis al Señor. Porque el esposo es la cabeza de su esposa como Cristo es la cabeza de su esposa la Iglesia. Él dio su misma vida para ser su salvador.

Como la Iglesia obedece a Cristo, así debería la esposa someterse a su esposo. Maridos, amad a vuestras esposas como Cristo amó a la iglesia – su esposa – y entregó su vida por ella” (Ef 5:22-25, Versión Simplificada).

Vemos claramente que hemos sido liberados para poder amar y servir a Cristo, y para hacerlo también los unos con los otros. Cristo es el esposo perfecto y es nuestro privilegio glorioso ser su esposa. Deberíamos buscar servirle y complacerle en todo lo que digamos y hagamos.

Pablo sigue describiendo lo que esto significa para él personalmente en su carta a la Iglesia en Corinto:

“Soy libre en todos los aspectos del control de todos. Sin embargo, me he convertido en un siervo para todos para poder ganarlos para Cristo” (1 Co 9:19, Versión Simplificada).

Pablo era libre de todos para ser siervo de Cristo para todos. No deseaba relaciones terrenales que le pudieran apartar del servicio cristiano hacia todos, en todo tiempo y en todo lugar. El gran deseo de Pablo no era complacerse a sí mismo ni complacer a los otros, sino solamente complacer al Señor.

Esta es la preocupación ansiosa y profunda de Pablo con referencia a nosotros también. Lo establece con fuerza y con gran sentimiento cuando escribe a la Iglesia de Corinto.

“Tengo una gran preocupación por vosotros con celo divino. He prometido entregaros a Cristo solamente. Él tiene que ser vuestro único marido. Quiero que os entreguéis a Él como una esposa pura y santa” (2 Co 11:2, Versión Simplificada).

2. Nuestros Votos de Matrimonio Renovados
Querido lector, ésta es también mi preocupación por usted. He buscado en este estudio mostrarle cómo ha sido liberado de su naturaleza de Nabal, para estar casado con otro. Al igual que Abigail se convirtió en la esposa de David, usted es la esposa de Cristo. Como su esposo divino, Él es suyo para siempre, y usted es para siempre Suyo. Como Abigail en la antigüedad, procure ser siempre un siervo amoroso y leal en el reino de su Señor.

Podemos seguir el patrón que se encuentra en Romanos 6:11:

“Reconozco [declaro] que estoy verdaderamente muerto al pecado, pero vivo para Dios a través de Jesucristo mi Señor.”

Repetiremos estos votos frase por frase tal y como se señala abajo. Por favor, retrátese a sí mismo con un aspecto correcto ante los ojos de Jesús y háblele desde la profundidad de su corazón:

Yo, (el nombre de usted), reconozco y me declaro...
Estar muerto al pecado...
Pero vivo a Dios...
A través de Jesucristo mi Señor...
El cual es mi esposo celestial...
Ahora y para siempre. Amén.

Uno casi puede oír una voz desde el cielo que dice: “Ahora os declaro marido y mujer”.

No es de extrañarse el porqué las Escrituras dicen que hay una gran alegría en el cielo entre los Santos Ángeles cuando se arrepiente un pecador (Lc 15:10). Otro miembro ha sido añadido a la esposa de Cristo. Es una época de celebración alegre, como lo fue cuando Abigail se casó con David.

También, hemos encontrado nuestro David en Cristo Jesús. Un día nuestro gozo será completo cuando nos sentemos juntos en “la cena de las bodas del cordero”. Y las Escrituras nos prometen, con seguridad divina, que todos viviremos juntos, felizmente y para siempre.

Recuérdelo siempre y no lo olvide nunca:

USTED ESTÁ CASADO CON OTRO.


Evangelista Juan Javier Ortiz Molineros

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