miércoles, 3 de febrero de 2010

EL GEMIDO DE LA CREACION Y NUESTROS GEMIDOS


Este artículo nos invita a reflexionar sobre la creación a partir de nuevas referencias. El comienzo de toda la creación es ahora. Es un continuo e inclusivo proceso, al cual estamos íntimamente ligados. Este nuevo referencial inspirado por la perspectiva ecofeminista nos convida: primero, a asumir con más responsabilidad nuestra vida y todas las expresiones de la vida que nos rodean, porque somos un único cuerpo; segundo, a tener en nuestra vida cotidiana una nueva y creativa experiencia de fe en la creación divina.


Dios, no es ella, ni él, es esto (it).
Pero, el esto ¿a qué se parece?, pregunté.
No se parece a nada, dice ella. Esto no tiene un retrato
para ser mostrado. No es cualquier cosa que se pueda ver
separada de las otras cosas, incluyendo a usted misma.
Creo que Dios es todas las cosas. Todas las cosas que
son, fueron o serán. Y cuando usted puede sentir eso y sentirse feliz,
usted entonces encontró esto 1.
A modo de introducción...

La multitud corre apresurada por las calles para tomar el autobús, el metro. Los coches aceleran, suenan la bocina, frenan violentamente. Es hora de volver a casa, o tal vez de comenzar un nuevo trabajo en la renovada y quizá monótona odisea de las grandes ciudades. Se oye un ruido ensordecedor, pero casi insensible a los oídos ya habituados; se siente un olor fétido de gasolina quemada, mezclada con otros mil olores, pero que no son ya capaces de provocar intensa repugnancia en las fosas nasales... Los ojos arden, la cabeza pesa, la garganta carraspea sin cesar... Andamos rápido, pisamos mierda, escupas, papel sucio, colillas de cigarro... Pisamos los pies ajenos, nos hundimos en charcos donde yacen imperceptibles excrementos de ratas, huevos de moscas, mosquitos y de toda una variada fauna de insectos. Mal percibimos por donde van nuestros pasos. Continuamos nuestro recorrido, apresurados, retrasados... Corremos para no perder la hora, el tren, el autobús, el empleo, el entierro... la propia vida.
¿Y las estrellas? Casi no las conocemos más. Un manto de polución fabricado con tecnología refinada las cubrió... Sin embargo, también, casi no hay tiempo para mirar el cielo como se hacía antiguamente, o como aún intentan hacer algunos ¿inútiles poetas? No hace mal si no las vemos. Los científicos nos dicen y garantizan que ellas todavía continúan en el firmamento, y eso es lo más importante. Creemos en ellos.
Estamos enfermos, la tierra que pisamos y nos alimenta está enferma, no obstante no hay tiempo para pensar en eso, ni lo queremos creer. Además, ¡casi no podemos hacer nada!
Estamos con prisa... el trabajo o el desempleo cotidiano nos esperan y sin ellos no hay pan, aun pan amasado con agua contaminada, asado con los troncos de los árboles de la esquina o de aquel bosque tan bonito a algunos kilómetros de nuestra casa. Lo importante es comer, matar esta hambre que duele en el estómago y no permite pensar en lo que estamos comiendo o bebiendo. Incluso si después viene una indigestión o una enfermedad cualquiera, en este momento preciso, ¡ella está saciada!
Para los más apresurados, la Coca Cola y las hamburguesas de MacDonald’s son el nuevo maná, la comida preferida, difundida y apreciada casi universalmente. Y creemos que es lo mejor que hay para nosotros... o, si no lo creemos, hacemos de cuenta que lo es, pues muchas veces pensamos que no hay otro modo para nuestra sociedad. Tenemos que producir alimentos en serie, competir, comer más y más... ¡Reventar de tanto comer, o secarse de no comer!
Y, es bueno no olvidar que fue Dios quien creó todo eso. Esta mal, sin embargo fue El el primero en tener esta brillante idea. “En Dios confiamos”, frase impresa en diferentes monedas internacionales que incentivan y apoyan nuestra prisa diaria. “Y Dios creó el cielo y la tierra”, y vio que todo no era bueno... Parece que hay una frase que no está en la Biblia. Pero, no importa, ahora no hay tiempo para oír los lamentos y los reclamos de Dios o los errores de la Escritura. En el fondo, Dios no modifica en nada nuestra vida... Necesitamos correr para ganar dinero, y ganar más dinero es vivir, “gracias a Dios”.
Después de todo, Dios nos dice para “crecer y dominar la tierra”. Precisamos correr porque todos corren. Quizá no ganemos nada, a no ser el cansancio de haber corrido como los otros... No obstante, es necesario correr... Todos corren y obedecen las órdenes superiores quizá venidas de nuevos dioses, ¿o será de Dios mismo? ¿Quién es El? ¿Ella? ¿El/Ella? ¿Esto?
Gustaría que esta reflexión no fuese más que un gran gemido de mujer. Perdonénme los biblistas, los especialistas en el libro del Génesis, los exégetas estudiosos de la creación. Estoy viviendo preguntas que tocan las necesidades de sobrevivencia, necesidades pragmáticas, existenciales... concretas. Como tantas otras personas, quiero descubrir medios más eficaces y diferentes para estancar la miseria, la violencia y la destrucción que están dando cuenta de nosotros. Son ellas el poder que nos oprime. De ellas hablamos durante siglos y a cada momento de alivio donde se piensa que el drama casi acabó, la avalancha destructiva renace y el ciclo de la violencia se impone de nuevo. Hasta parece que necesitamos de esa violencia de unos contra otros para continuar viviendo. El hecho de ser “contra” parece ser la razón de ser de la mayoría de los diferentes grupos que se extienden sobre la faz de la tierra, e incluso de aquellos que luchan en una perspectiva solidaria o libertaria. ¿De dónde vendrá la inspiración creativa para encontrar nuevos caminos?
Mi gemido se desarrollará en tres sonidos interligados que se constituirán en los tres apartados de esta reflexión: 1) Un gemido sofocado; 2) Cuando no hay caminos; 3) Una alianza diferente se edifica entre nosotros.


1. Un gemido sofocado

“La tierra está sin forma y la oscuridad la cubre...”. Estamos en el principio. El desorden y la violencia imperan y no se conocen más los caminos de la tierra fértil, de las aguas limpias, del cantar de los pájaros coloridos, de las estrellas brillando en el firmamento, de la luz envolvente del sol, del ameno y plateado claro de luna, de la sonrisa satisfecha de los humanos. Estamos en el principio, en el principio caótico de todo, en el principio/fin del “eterno hoy” de toda la creación. ¡Estamos en el principio hoy, estamos hoy en el principio!
A cada instante la creación continúa comenzando y continuando. Es un principio continuado, constantemente renovado.
A cada instante todos los elementos se recrean y se destruyen misteriosamente. A cada instante se puede provocar más respeto o catastrófico irrespeto y muerte. A cada momento, del caos se crea el orden o la extraordinaria conexión entre todos los seres, y también se crea el desorden, la destrucción o aquello que llamamos el mal en nuestro lenguaje corriente.
No importa ahora saber cuándo todo comenzó ni exactamente cómo fue, y ni siquiera si hubo un elemento desencadenador fundamental, responsable por la maravillosa obra que está ahí. Lo que importa es que hoy todavía estamos en el principio, creando siempre todo de nuevo, en la novedad y en la monotonía de cada día, en lo mismo y en lo diferente de cada ser.
El problema es que pensamos que el principio está lejos de nosotros, que el momento inicial de belleza no es nuestro, que el momento de la creación en que “todo era bueno” ya está demasiado distante para ser recuperado. Pensamos que este cuerpo de bellezas y delicias es sólo de los mitos del pasado, y no nuestro presente. Lo que nos resta es apenas el “cuerpo de pecado”, como herencia, como señal, como culpa original. Lo que nos marca más es esa “caída” contada, caída de lo alto, sin remisión aparente. Lo que nos marca es esa división que se abrió en nosotros, esa cicatriz sangrando siempre porque los dioses continúan brincando sobre ella y no encontramos más bálsamos cicatrizantes.
“¿Quién nos librará de este cuerpo de pecado?”. Esta afirmación es más fuerte en nosotros que la acción de gracias por la extraordinaria maravilla que somos, que es nuestro cuerpo cósmico, terrícola, humano.
Tomamos el principio como un ayer desligado del hoy, como un ayer absoluto y no como un modo temporal de expresar nuestro continuo principiar dentro de nuestra precaria temporalidad.
En el principio, Dios... Como si todo tuviese un real comienzo en un ser fuera de todo el comienzo, arriba y más allá de todo el comienzo. Era así que los antiguos intentaban expresar su éxtasis y su miedo delante de la presencia del soplo divino en todo, delante de lo sagrado de todo lo que existe. Las estrellas, los mares, los árboles, los animales, los humanos... todo contiene el mismo misterioso soplo divino. Toda es “palabra creadora”, la misma y única palabra expresada en formas diferenciadas. ¡Todas las cosas son al mismo tiempo Soplo Divino!
No obstante, nuestro espíritu divisor y dominador empezó a separarnos del principio, empezó a hacer de él un momento privilegiado, fruto de una acción privilegiada, de un ser en sí mismo privilegiado... Ser que domina sobre todo y a su imagen, nosotros los humanos comenzamos a dominar todo lo que parecía estar bajo el dominio de Dios. ¡Nosotros hicimos que Dios nos diera el poder de dominar!
Creímos que teníamos más soplo divino que cualquier otro ser creado, y por eso nos “construimos” una escala jerárquica y mecánica de seres que predomina hasta hoy. Construimos una visión jerárquica del mundo y de la humanidad que da sustento a nuestras injusticias y desigualdades.
Dios, la misteriosa fuerza de la vida que nos habita, impulsa, amedrenta, atrae... prosigue este camino que se llamó creación. Creación porque siempre hay algo diferente y nuevo, creación porque los cuerpos no permanecen iguales ni siquiera un segundo... La extraña metamorfosis es continua. Basta que nos miremos en un espejo, que miremos las flores, los árboles, los animales, los niños... Todo pasa y vuelve de otro modo, con otro colorido, otra tonalidad, otras formas quizá hasta imperceptibles al ojo desnudo.
Estamos continuamente en el “gemido sofocado”, gemido jadeante de los dolores de parto, en la continua novedad de la creación. La creación es en buena parte responsabilidad nuestra, porque somos en cierto sentido el pensamiento de la creación. En nosotros la creación parió el pensamiento, la reflexión, la conciencia en una forma especial de organización. Entonces, ora parimos obras de arte y poemas de amor, ora campos de trigo, ora panes calientitos, ora monstruosidades, ora espinos gigantescos, ora armas de guerra, bombas atómicas, ora racismos, clasisismos, sexismos... y de nuevo, gestos de ternura y misericordia.
¿Qué estoy queriendo decir con esta poesía literaria?
Algo muy simple y complejo al mismo tiempo. Estoy queriendo afirmar, primero, una convicción más que lingüística, a la cual aún no me logré convertir del todo por causa del hábito cultural adquirido. Quería que, aunque teístas, pasáramos por algún tiempo de hablar de Dios en un nivel teórico, o sea, como ser en sí, arriba de nosotros. No es que no respete el habla de las personas y la expresión de sus convicciones, pero es que nos viciamos tanto de hablar de Dios arriba de nosotros, que mal sabemos lo que estamos diciendo. Impusimos planes, voluntades, proyectos, caminos, como si fuésemos o pudiésemos ser intérpretes de una voluntad soberana, existente por sí misma. Y, lo peor, los planes fueron tan diversos que chocaron muchas veces y produjeron mucha destrucción, muerte violenta, lágrimas y heridas abiertas que continúan sangrando.
¿Cómo podrán los pobres parar de hablar de Dios, parar de clamar por su nombre, parar de mezclarlo a sus suspiros cotidianos de dolor y alegría?
Le parecerá a algunos que no respeto más a los empobrecidos (as) y su condición dramática de vida. Les parecerá que les quito el grito de aliento que el nombre de Dios les brinda. ¡Pareciera una demencia total! No, no hablo primero a los pobres ni de los gritos de los pobres. No son los pobres quienes teorizan sobre Dios.
Me estoy dirigiendo a los agentes de pastoral. Y ellos podrían quizá hacer un poco más de silencio y ayudar a nuestro pueblo a percibir un poco la fuerza de la vida y el sentido que irrumpe en medio de nosotros, en medio de ellos, en ellos.
¿Qué acontecería si pasáramos a hablar de Dios como el ser primero y el principio primero de toda la creación? ¿Qué sería de nosotros si acogiéramos el misterio desafiante de no saber?
Si dejo de hablar de Dios como ser supremo, me encuentro delante de la creación de un nuevo discurso sobre la creación. Es como si de repente nos descubriéramos todas y todos en un mismo y único barco, buscando vivir nuestro “instante”, intentando luchar con nuestros dolores e intentado ser felices.
De repente no existe ya más el gran padre, el gran patriarca, el gran ser que lo explica todo sin explicar. Si no existe el ser por encima de todo y si la gente ya no puede ser hijo(a) de El, tenemos que ser hijos e hijas, madres y padres de nosotros mismos, porque todo lo que existe es parte del mismo todo o del mismo Espíritu.
De repente no existe ya el gran padre, y las religiones no podrán justificar más sus empresas imperialistas, sus ciudades sagradas, sus poderes que vienen de lo “alto”, sus doctrinas, reclamando la posesión de la verdad.
Y si el poder de lo alto resultara sólo poder de abajo, ¿qué acontecería? ¿Y si Dios cambiara de lugar y creyéramos que él/ella/esto, esta fuerza misteriosa morase en medio de nosotros y en todo lo que existe?
¿Y qué sería de la Biblia si ella fuese solamente el habla de la gente acerca de cosas de la historia de personas simples que contamos mezclando con nuestra historia?
Pienso que nos tenemos que percibir cada vez más como un único y mismo cuerpo, en una profunda interdependencia, de tal forma que si eliminamos una parte, todo el cuerpo se sentirá agredido.
Por ahí iría una novedad más vieja que el texto del Génesis, y que consistiría en percibir que la creación comienza hoy y que la fuente creadora está íntimamente presente en todas (os) nosotros. Esto podría empezar a ser introducido en nuestra hermenéutica bíblica y en nuestros cursillos. Tal afirmación hace parte de nuestra primordial experiencia religiosa, la de sentir en nosotros la fuerza misteriosa del Espíritu presente en todo lo que existe y en todo lo que hacemos.


2. Cuando no hay caminos

Hoy, en diferentes contextos, se oye hablar de la crisis de nuevos caminos globales. Después de la esperanza socialista que “informó” nuestra lectura bíblica latinoamericana, parece que tenemos dificultad de encontrar otra.
Para abrir con voces nuevas trillos en ese desierto, gustaría proponer dos puntos para nuestra reflexión: en el primero quiero reflexionar sobre la relación entre lo global y lo local en la perspectiva de la creación. Mi horizonte de referencia son los análisis ecofeministas que se empiezan a desarrollar bastante en América Latina y en diferentes países, y la necesidad urgente de que pensemos en salidas lúcidas de sobrevivencia para el planeta y la humanidad.

2.1. Lo global y lo local

Todos estamos de acuerdo en que son necesarias modificaciones globales del comportamiento y en que es urgente una nueva comprensión global de la creación, en especial cuando los teólogos se ven arrinconados por los discursos de los científicos que nos hablan de nuestra común pertenencia a la misma substancia del universo.
Gustaría de insistir en el nivel local, en la ayuda que podemos darnos los unos a los otros y a las comunidades en que trabajamos con vistas a una nueva comprensión de la creación. Este tiene que comenzar desde nuestro hábitat local, de nuestra casa, de nuestra “acción” creativa cotidiana, de nuestro cuerpo. Tenemos que empezar a sentir nuestras calles como nuestro cuerpo, el agua que bebemos y el aire que respiramos como nuestro propio cuerpo, nuestra comida como nuestro cuerpo. Tenemos que sentir más el hambre de los otros como nuestra hambre, la falta de trabajo de los otros como nuestro desempleo. Comprender eso se halla vinculado a una nueva comprensión colectiva de la justicia social. Por otro lado, no basta con tener empleo, si éste nos destruye contaminando nuestras aguas y nuestro aire. No basta con haber conquistado la tierra, si la tierra conquistada ya está muerta de tantos maltratos. No basta con haber conseguido agua canalizada, si el agua que nos ofrecen está podrida y mata a nuestros hijos de helmintiasis y de diarrea. Lo social y lo ecológico se encuentran cada vez más íntimamente ligados.
Las víctimas de todos los proyectos globales son siempre personas situadas en un nivel local. Como nos dicen María Mies y Vandan Shiva en el libro Ecofeminismo 2:

En nombre de objetivos comunes que explicitan el hecho de reconocer que somos todos dependientes del mismo planeta, no se reconoce el derecho de las comunidades y culturas locales. Sabemos por experiencia que las víctimas son siempre locales. Por ejemplo, la Guerra del Golfo fue justificada por el aparente principio de justicia universal, representado por las Naciones Unidas. El mundo fue llamado a liberar a Kuwait de Irak, sin embargo las víctimas de esta liberación fueron las mujeres, los niños, los curdos de las regiones incluidas en el Golfo.

Así, políticas de liberación global, discursos globales, salvación global, son de cierta forma la continuación de la dominación global de una élite sobre las vidas locales, las personas en su contexto cultural propio, en sus necesidades y luchas cotidianas. Esto no significa que lo global no sea importante, pero ello debe estar siempre relacionado de manera estrecha con lo local para adquirir legitimidad.
La articulación de lo global con lo local en el discurso de la creación nos debería ayudar a percibir el proceso creativo como un proceso local articulado a otros. No es “producción” o incluso creación de unos para los otros, lo que viene a ser dominación de unos en relación a los otros, sino que es participación efectiva y afectiva en el proceso creativo.
Captar la creación como un proceso anterior a nosotros, pero del cual somos parte integrante y necesaria, arranca de nosotros la sensación de “no poder” que los imperialismos políticos y religiosos nos imponen cotidianamente. Leer la creación como el liberar continuo de la energía divina en todo y en todas(os), y asumir de forma colectiva nuestra responsabilidad local por la creación del mundo y de nosotros mismos.


2.2. Lo personal y lo relacional

La nueva comprensión de la creación hace parte de una experiencia espiritual personal y colectiva. Hablar de experiencia espiritual significa afirmar que la nueva comprensión de la creación es parte integrante de nuestras más profundas creencias, de aquello que nos alimenta la vida, que nos impulsa a buscar nuevos caminos de respeto a toda la creación.
Es en ese sentido que se habla del aspecto personal y relacional. En lo personal necesito madurar en mí experimentalmente en la oración, en la meditación y en la acción cotidiana, el hecho de ser un elemento constitutivo responsable por el proceso creativo. Esto me llevaría a expresar esas convicciones en todos los relacionamientos sociales y políticos más amplios, en los hábitos alimentarios, en los hábitos de higiene, en las liturgias, en el arte, en la amistad, en la producción teológica, etc.
La nueva creación no es apenas la creación de un nuevo discurso acerca de la creación elaborado por los intelectuales, sino que es en lo fundamental una praxis creativa, un conjunto de comportamientos que voy introduciendo poco a poco en mi vida cotidiana y proponiendo a otros como camino de “salvación” de todas las vidas. En esta praxis localizada, y con algunos efectos visibles, podemos recuperar los diferentes discursos bíblicos sobre la creación, como expresiones del amor de nuestros antepasados en la fe, amor por sí mismos, amor que continúa en nosotros y en todos los pueblos de la tierra. Podemos recuperar también los ejemplos de otras tradiciones y otros pueblos en el esfuerzo de percibir la necesidad que tenemos de aprender unos de los otros, y que este aprendizaje común puede ser hecho más allá de los estrechos límites de los comportamientos de poder excluyente tan difundidos en nuestra sociedad.


3. Una alianza diferente se edifica entre nosotros

Una nueva comprensión de la alianza, más allá de nuestras fronteras religiosas interpretadas a partir del Antiguo Testamento, se comienza a edificar en medio de nosotros. No se trata más de la alianza de un Dios con su pueblo, un pueblo escogido, con miras a la tierra y la posteridad, sino que es la alianza que se abre para todos los pueblos y todos los seres vivientes sin los auspicios de uno u otro credo tradicional, sin los auspicios de una u otra nación dominadora. Se trata de una alianza fraterna, de hermanos, en la cual recuperamos nuestra pertenencia común al mismo universo y valoramos nuestra diversidad como riqueza común que permite el abrirse de la propia vida. Se trata de una alianza que no niega el pasado a partir del cual fuimos edificados, ni la cultura que nos sirvió de base, ni las creencias que sustentan nuestros dolores y nuestros sueños, pero que quiere escuchar las voces del presente, en particular las voces más jóvenes y los lamentos de la tierra herida. Este es el imperativo mayor de esta alianza. Es como si ahora estuviéramos siendo invitados(as) a insertarnos en una tradición mayor que la nuestra, no para que nos neguemos como grupo, sino para que vivamos con más dignidad y respeto delante de las nuevas exigencias que nuestra historia común nos impone.
Esa especie de nuevo universalismo, como dirían algunas personas, que está siendo propuesto a la reflexión, no es el imperialismo universal del mercado capitalista que vende la diferencia cultural como folklore, ni el imperialismo religioso de los diferentes credos que se juzgan dueños de la verdad, sino que es la necesidad universal de sobrevivir en y con nuestro planeta a partir de nuestras semejanzas y diferencias. Las necesidades fundamentales de sobrevivencia, libertad, justicia y respeto son comunes a todos los pueblos y son la primera base experimental de nuestra nueva comprensión de la alianza. A esa base primera se debe conectar de manera radical la nueva percepción de que todas y todos somos expresiones de un mismo cuerpo vivo común, con toda la tierra, las estrellas, el sistema solar, en fin, con todo el cosmos.
La nueva alianza no se construye más a partir de los paradigmas patriarcales, en que un Dios más o menos clánico, con imagen masculina, hace alianza con su pueblo, o incluso, como dije anteriormente, no se trata de la alianza que una nación dominadora hace con otras para “desarrollarlas” y termina por someterlas, o incluso, no se trata de la alianza del sexo masculino con el femenino en una relación de dependencia y sumisión jerárquicas.
El hecho nuevo de este final de siglo es que estamos iniciando a percibir casi globalmente las anomalías generadas por las sociedades patriarcales, anomalías presentes en nuestro cuerpo personal y social. No es fácil curarlas. Son necesarios convicción y un ejercicio continuo personal y colectivo de nuevas prácticas que puedan, de hecho, constituirse en nueva base de comprensión del ser humano y del cosmos, base que inauguramos, ya ahora, en la cercanía del próximo milenio.
A veces, un extraño sentimiento de temor de perder nuestras antiguas tradiciones, nuestra Biblia, nuestras antiguas verdades tan bien aprendidas, nuestras liturgias tan bonitas, nos asola... Es como si temiéramos perder un pedazo de nosotros, por ejemplo, perder la piel que nos cubre la carne, o un ojo o un brazo. Es como si la espantosa diversidad del mundo nos amenazara, nos atemorizase, y quisiéramos al menos retener alguna cosa que nos parece todavía válida y buena, alguna cosa que nos diese tal vez la seguridad del pasado. No queremos entrar en esa especie de relativismo donde todo tiene que ser respetado y nada, finalmente, es respetado. Es un sentimiento comprensible y justo, no obstante es también, hasta cierto punto, un sentimiento de defensa de nosotros mismos, de miedo a enfrentar las grandes cuestiones que la historia está gritando en nuestros oídos. Mi pregunta se hace en relación a la generación de nuestros hijos e hijas. ¿Cómo se sitúan ellos frente a nuestras tradiciones religiosas? ¿Cuáles son los valores que persiguen? ¿Qué mundo están construyendo para ellos/ellas? ¿Qué tipo de puentes estamos construyendo juntos?
Nuestro mundo es cada vez más secular y dominado por la tecnología y sus valores. La tecnología parece ser la nueva teología de nuestros tiempos. Y poco conversamos con ella...
Por eso, no es apenas guardando las costumbres del pasado que conseguiremos el diálogo, la justicia y la misericordia que deseamos para todas las personas y toda la tierra.
Una nueva alianza se impone... probablemente no será del todo fiel a la tradición bíblica asumida por las diferentes iglesias cristianas, sin embargo intentará ser fiel a las personas de nuestro tiempo, intentará responder a los desafíos de nuestra historia y en ese sentido será fiel a nosotras mismas(os).
Muchas son las preguntas sin respuesta inmediata que esta nueva comprensión de la alianza plantea... Quedamos con algo atorado en la garganta, quizá con algunas respuestas que abren pistas, pero no dan seguridades... Y la gente, no obstante, continúa caminando “a tientas”, dirigidos por la fuerza irresistible del Espíritu que siempre nos atrae, impulsa, crea y recrea... y a quien agradecemos estar juntas(os) en esta extraordinaria búsqueda de caminos para tornar al amor cada más carne en nosotros.
Permítanme terminar esta reflexión con Alicia Walker, traduciendo el inicio de la última carta de Celei, en el libro El color púrpura:

Querido Dios, queridas estrellas, queridos árboles, querido cielo, queridos pueblos, queridas todas las cosas, querido Dios. Gracias por haber traído a mi hermana Nettie y a nuestros hijos de vuelta a casa 3.

Amén.

Bibliografía

Berry, Thomas. O sonho da terra. Petrópolis, Editora Vozes, 1991.
Berry, Thomas-Briam, Swimme. The universe story. New York, Harper Collins Publishers.
Boff, Leonardo. “Deus na perspectiva da moderna cosmologia”, en Notas. Jornal de Ciências da Religião (São Bernardo do Campo, São Paulo) vol. 1, No. 1, págs. 10-17.
Capra, Fritjof. O ponto de mutação. São Paulo, Cultrix, 1991.
Hedström, Ingemar. ¿Volverán las golondrinas? La reintegración de la creación desde una perspectiva latinaomericana. San José, DEI, 1988.
Gebara, Ivone. Trindade, coisas velhas e novas. Una perspectiva ecofeminista. São Paulo, Editora Paulinas, 1994.
Hallman, David G. A place in creation. Ecological visions in science, religion and economics. Canadá, The United Church Publishing, 1992.
Mies, María-Shiva, Vandana. Ecofeminism. London-New Jersey, Zed Books, 1993.
McFague, Sallie. The body of God, an ecological theology. Minneapolis, Fortress Press, 1993.
Walker, Alice. The color purple. New York, Pocket Books, 1985.




1 Walker, Alice. The color purple. New York, Pocket Books, 1985, pág. 202.
2 Mies, María-Shiva, Vandana. Ecofeminism. London-New Jersey, Zed Books, 1993, pág. 9.
3 Walker, op. cit., pág. 292.

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