En el Sermón de la Montaña de Mt se encuentra un conocido dicho de Jesús, que le coloca en un contexto diferente, como colofón de las instrucciones que Jesús da a sus discípulos a raíz de la parábola del mal administrador (Lc 16,13). El dicho dice así:
«Nadie puede estar al servicio de dos señores, porque aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a Mammón» (Mt 6,24).
En este dicho establece Jesús la absoluta incompatibilidad entre el servicio o dedicación a Dios y el servicio o dedicación a Mammón, dios del dinero y la riqueza, que se presenta como el rival del verdadero Dios y que pretende suplantarlo. Se trata de dos realidades totalizantes, diametralmente opuestas, que se ofrecen al hombre como fundamento y determinante de su ser y su quehacer.
«Servir a Dios», y no a un dios cualquiera, sino al de Jesús, es poner la propia existencia al servicio de los intereses de ese Dios, que Jesús concibe como Padre de todos, como fuente de vida y amor cuya máxima preocupación es la felicidad y el pleno desarrollo de sus hijos, y que se vuelca de forma preferente sobre aquellos que no tienen acceso a los bienes de la creación, no cuentan socialmente o, por las razones que sean, viven marginados (Mc 2,15-17 pars; Lc 15)
Este servicio, que hace al ser humano libre y liberador, se traduce en entrega generosa, solidaridad y fraternidad. Se ejerce desde abajo, no desde arriba (Jn 13,2-15); se realiza por amor, no por obligación; no excluye a nadie, ni siquiera al enemigo (Mt 5,43-48 pars.), y va dirigido, prioritariamente, a los pobres, impedidos, marginados y oprimidos.
En cambio, «servir a Mammón», dios del dinero y la riqueza, es poner la propia existencia al servicio de los intereses de éstos; es caer en la idolatría del dinero (Mt 4,8-10 pars.), que lleva a la codicia, al egoísmo, al afán de dominar y sobresalir, y a la competitividad.
Este servicio, que aliena al ser humano y lo incita a alienar a los demás, se traduce en la ambición de poseer, dominar y subir, al precio que sea. Los tres verbos malditos causantes de la infelicidad e injusticia que afligen a la humanidad.
No hay componendas posibles entre el Dios de Jesús y Mammón. Ambos encarnan intereses contrapuestos, valores radicalmente distintos, objetivos completamente diversos. Por eso, ante los dos rivales el hombre se ve necesariamente abocado a tener que optar por uno de ellos; a fundamentar su vida en el uno o en el otro y a orientarla en una u otra dirección.
Como puede apreciarse, se trata de una opción fundamental que determina la existencia humana. Si, como se ha visto, la meta de la vida que propone el mundo greco-romano era ser rico (coincidente, por otra parte, con la que, de forma mucho más insistente y sugestiva, se propone al hombre de hoy), Jesús ofrece otra del todo diferente: invita a optar por lo que Dios representa y promueve, en contra de lo que el dinero y la riqueza encarnan y promocionan. De esa opción dependerá la felicidad o infelicidad propia y ajena, y el desarrollo o la alienación individual y social.